jueves, 9 de mayo de 2013

Actividad : 2 La autoridad (pedagógica) en cuestión La crítica al concepto de autoridad en tiempos de transformación ,María Beatriz Greco


El del maestro ignorante no es un lugar vacante, no es ausencia, ni indiferencia, ni desinterés, tampoco es completa ignorancia, ni absoluto silencio. Por el contrario, el maestro ignorante “trabaja” de maestro: habla, relata, dice su pensamiento, narra su aventura, ordena actividades, propone tareas, ofrece un objeto: un libro con el que relacionar todo lo demás, se hace presente ante el alumno con su palabra, sus preguntas, su deseo, su ignorancia, su camino recorrido, sus propios interrogantes genuina mente postulados, su propia emancipación. También guarda silencio, escucha, espera, da la palabra, pide explicaciones, da tiempo cuando la voz del alumno no se escucha, la palabra no surge o es inconveniente para el trabajo en común. El maestro ignorante sostiene, fundamentalmente, un encuadre de trabajo que incluye de maneras diversas: su palabra y sus silencios, una alternancia de presencias y ausencias, la continuidad de su acción y un vacío necesario para que el otro se haga presente con su pensamiento. [1]

El maestro ignorante enseña sin explicaciones, sin indicaciones sobre las palabras que el alumno deberá decir ni el lugar en que deben ser colocadas, sin el despliegue de la inteligencia del maestro, pero con insistencia en la necesidad de que el alumno realice su trabajo intelectual, que no descanse perezosamente en la inteligencia del maestro sino que otorgue a su propia inteligencia toda las posibilidades de desplegarse. Es esta autoridad insistente sobre el trabajo del alumno, que lo obliga a desplegarse, la que ejerce Jacotot como maestro, lo que a la vez legitima su lugar. Una autoridad que disocia voluntad e inteligencia PP 12[2]
Es posible pensar que la autoridad pedagógica –concebida al modo del “maestro ignorante”- reúne en su propio ejercicio un modo de acercarse al conocimiento y a la convivencia con otros. Organiza un campo de trabajo donde enseñanza y convivencia no se separan y esto se alcanza rechazando ocupar lugares de saber-poder, pero dando cuenta de su relación con el conocimiento e invitando a lo otros a hacerlo. Es posible que esta actitud desarticule una actitud de oposición en muchos alumnos. ¿Por qué?





“todas las inteligencias son iguales”: se refiere a ‘todas’ las inteligencias: la del docente, la del alumno, la del libro, la del autor, etc. Reconoce entonces, en el alumno, una inteligencia igual a la de cualquiera y la siempre presente posibilidad de desplegarla, lo arranca de su supuesto lugar de inferioridad, lo valoriza y reconoce, lo acepta y anima al trabajo, lo cree capaz de acceder a los textos por sus propios medios,
“es posible enseñar lo que se ignora”: ubica al maestro nuevamente en posición de igualdad, esta vez desde su ignorancia, parece decir: “somos iguales porque ambos ignoramos”, no es tan malo ignorar” o “la ignorancia no inhabilita sino que puede provocar el deseo de saber”, “estoy aquí para enseñarte pero no por ser sabio o superior” [4]


Comprendemos entonces que para reformular el lugar de autoridad en este sentido es necesario abrir un espacio diferente al lugar del alumno sin negar el del maestro, trabajarlo, construirlo en conjunto, instituir un modo participativo de su pensamiento, a partir de la relación que se establece. Nos alejamos en este punto de otras propuestas, basadas en la psicología de un supuesto “desarrollo natural” o en la pedagogía de los “intereses” de niños o jóvenes. No se trata de acomodarse a las características evolutivas de un desarrollo psicológico que se supone que se irá dando solo o de retomar en la enseñanza únicamente aquello que los niños o jóvenes demandan como valioso. El lugar del adulto no puede resignarse, la transmisión no puede abandonar los contenidos culturales heredados, la historia transcurrida, el origen común. La voz del maestro no debe extinguirse y, sobretodo en estos tiempos, su desafío es sostenerla para sostener la de otros. Sólo se trata de volver a habitar la escena de otro modo, compartiendo espacio, diferenciando lugares. [5]
Hay un sentido escandaloso, político, en afirmar la ignorancia de un maestro dado que el maestro ignorante es quien se niega al juego de la explicación que perpetúa la desigualdad “oponiendo el acto desnudo de la emancipación intelectual a la mecánica de la sociedad y de la institución progresivas” (2004). Lo escandaloso de lo político implica que éste es del orden de un acontecimiento que rechaza el orden habitual; es escandaloso porque da a ver lo que no se ve generalmente, pone en suspenso lo que venía siendo y provoca otra cosa, coloca al sujeto en otra posición, lo arranca de un imposible, pone en marcha procesos inéditos. En lugar de anularse la autoridad en la relación pedagógica con un maestro ignorante, se desplaza hacia la relación maestro-alumno en sí misma constituyendo un acto emancipatorio que funda al sujeto en su camino de emancipación.[6]

Palabras que transportan
A menudo las palabras sirven para fijar identidades, espacios, tiempos, actividades, valores y disvalores, situaciones de vida, privilegios, poderes, razones, saberes, dividen lo que vemos haciéndonos percibir una realidad segmentada en el que cada uno/a tiene supuestamente su lugar, su rol, sus productos para consumir, su función social, su inteligencia, su capacidad. Son palabras que no transportan.
Sin embargo, las palabras pueden ser concebidas como metaphorai, como transporte entre lugares -e incluso como caminos hacia lugares aún desconocidos- y no marcas de identidades fijas o etiquetas. Una confianza instituyente entre nosotros, seres parlantes, entre niños, jóvenes y adultos, permite que las palabras nos transporten adonde ellas quieran. Como dice Cornu, una confianza que es un a-priori de la relación entre maestro y alumno, que la instituye y se va haciendo en el “saber escuchar y saber decir, comprender las preguntas y saber decir los límites, de dirigirse a. Así como la desconfianza es contagiosa, la confianza es recíproca, corre el riesgo de construirse, como un primer paso: el ejercicio confiado de la autoridad está por inventarse” (2003: sp). Es la confianza del maestro ignorante, que ignora lo que enseña, pero también ignora la desigualdad del alumno, lo define igual en su potencialidad de conocer y confía, lo habilita para leer el texto por sí solo y lo convoca a un trabajo insistente para hacerlo. Este maestro no se queda con lo que ve, interrumpe lo habitual de la desigualdad, descree de la división establecida entre los que saben y los que no y dirige su palabra para crear un nuevo orden de cosas. En este sentido, las palabras como metaphorai llevan a los sujetos a nuevos lugares al ser dichas y escritas fuera del tiempo y de los espacios donde generalmente se dicen. [7]

Una ley-palabra traducida en reconocimiento y confianza, que es ley humana porque funda e instala un trabajo de humanización, de acompañamiento, de ofrecimiento de lugares para transitar, para quedarse y renovar desde allí. Una ley-palabra que da sentido a un mundo común de lo humano, relacionando y separando espacios, dando un marco continente, limitante, ordenador –no controlador- a la vez que productor de subjetividad.
Una ley-palabra que no sólo concede, sino que a la vez, delimita, prohibe y habilita, ordena, estructura y subjetiva. La ley pensada en términos fundantes de lo humano, como ley simbólica estructurante es una ley que opera como límite, comoborde de un espacio para la construcción de lazos y encuentros, para la sublimación y la acción creadoras. Es ley que inhibe y que permite, que
frustra y satisface, que habilita lugares, psíquica y políticamente hablando, para la palabra y la subjetivación. [8]

Es así que esta ley-palabra no tiene que ver con códigos o reglamentos, saberes establecidos y cristalizados, textos ya definidos por fuera de la experiencia, externos, a ser acatados, cumplimentados, aprehendidos desde fuera, sino que esta palabra que circula como ley es traducción de un pensamiento conjunto que se hace texto y genera sentidos para quienes allí hablan.
La autoridad pedagógica hoy puede hacerse cargo de entramar esta ley simbólica que es del orden de la palabra, probablemente en contra de lo que culturalmente se impone, rechazando las in-significancias, la neutralidad, la ruptura del lazo, lo que tiende a des-simbolizarse.[9]


[1] La autoridad (pedagógica) en cuestión la crítica al concepto de autoridad en tiempos de transformación
María Beatriz Greco

[2] Pp12
[3] Pp 13
[4] Pp 14
[5] Pp 14
[6] Pp 15
[7] Pp 43, 44
[8] Pp 49
[9] Pp 50

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